Ayer se celebró el día de la libertad de prensa. La situación nunca fue peor en estos últimos treinta años para los periodistas españoles. Desempleo casi masivo. Condiciones de trabajo dignas de un libro de estilo de la industria fabril del XIX. Oficialmente no hay censura, pero todo el que escribe o comunica tiene miedo a hablar, a molestar al Poder. Se autocensura. No teme la cárcel. Teme el ostracismo, el despido.
No se prohíben obras de teatro. No se cortan películas, tampoco se les clasifican con 4R (peligrosas para todos). No convierten, en nombre de la moralidad, amantes en hermanos: santificando el incesto. Ni omiten la secuencia de un cura entrando en un portal de la Gran Vía, porque el espectador podría entender que era un lupanar.
Se aplica, aún así, la misma ridícula moral, la astracanada de sacristía o la vara de encajar a todos en la horma del pensamiento único, pero se usa la sutil represión económica. El banco no da créditos al disidente. Las películas minoritarias no son subvencionadas. Las ayudas al cine recortadas hasta casi la vulneración de los acuerdo con la Comunidad Europea. Una cadena pública de televisión retrotrae por primera vez en su trayectoria la compra de una película por cuestiones religiosas, además históricamente equivocadas; “por falta de presupuesto” se justificaron, claro.
Elías Querejeta en el documental “
24 horas en la vida de Elías Querejeta”, que sobre él acaban de rodar Alberto Bermejo y Gerardo Sánchez , declara que ésta mordaza, la económica, es muchísimo más difícil de burlar que la otra, la de la descarada censura. El vivió las dos. Los enemigos invisibles, algunos infiltrados entre nosotros, son difíciles de detectar. Condición indispensable para vencerlos.